jueves, 14 de enero de 2010
El efecto sonrisa.
Cada noche dejaba volar su casi esquizofrénica imaginación y dibujaba mil sonrisas en su cara; cada noche jugaba a contar las estrellas y con su dedo dibujaba versos sobre la luna; cada noche encendía una vela aromática e intentaba aspirar todo el humo que ésta desprendía, por su puntiaguda nariz. Luchaba cada noche para no dormirse, como una niña que intenta arrancar unos minutos más de su tiempo de recreo; sentía que durmiendo desaprovechaba su vida, pensaba que en cualquier momento podría pasar algo maravilloso a su alrededor y, si no estaba atenta, no podría anotarlo en su libreta de realidades paralelas, en la que procuraba dar un punto de vista diferente a cualquier nimiedad que ocurriera a su alrededor, y conseguir rescatar del olvido todas esas cosas que el resto vaciamos de importancia. Para ella todo era como la mariposa que agita sus alas provocando un huracán en la antípoda misma del punto donde se sitúa, -Si lo miras desde la perspectiva adecuada, cualquier tontería podrá arrancarte una sonrisa-, me decía siempre que pasaba a visitarla. Mostraba cierto interés por todo y descubría cosas increíbles a las que sólo ella prestaba atención. Le gustaba pensar, que cada vez que sonreía salvaba la vida de alguien o un niño encontraba un caramelo, que evitaba una guerra o una pareja se besaba. Por todas esas cosas, la gente “de gran cerebro triste, y pequeño corazón enfadado”, como le gustaba llamarlos a ella, la tomaban como la vieja loca del barrio, aunque para mí, fue la persona más inteligente y feliz que jamás pude conocer...
jueves, 7 de enero de 2010
Sacar la basura...
Decidí echar a correr, el viento apretaba y la arena de la playa se clavaba como puñales en mis ojos. No aguantaba más y ya sólo me quedaba la huida, tras un par de horas corriendo decidí parar a descansar bajo aquel acantilado. Levanté mi mirada un par de metros y quedé estupefacto...aquella cueva...decenas de cadáveres bajo el acantilado...todos decidimos lo mismo, pero ellos fueron los valientes, la huida les llevó a un mundo mejor, donde todos eran iguales, iguales que yo, donde no nos molestaría el resto de la gente por ser diferentes...vivo avergonzado desde entonces, y cada noche sueño con volar acantilado abajo, donde yacen los valientes; pero no merezco tal premio. La suerte está echada, me impuse un amargo castigo por no haber tomado la decisión correcta...vivir entre lo común hasta que la muerte me atropelle por sorpresa, como a cada uno de ellos, diferenciado por maldecir cada noche el jodido control que la mujer de negro impone sobre nuestro vacío porvenir, con esa dulce paradoja: pudrir la porquería, transformar en suciedad enterrada la más profunda mierda que habitó jamás la tierra, convirtiéndola en cadáver, aunque yo prefiero llamarlo “sacar la basura”...
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